jueves, 8 de junio de 2017

encuentro consigo mismo

   

CUARTA  Y  ÚLTIMA  REFLEXIÓN:


Yo y yo: mis circunstancias


Dios y yo, y nadie más: valor de la persona

humana



             De todo lo anterior, el Rey David había llegado al encuentro consigo mismo. O en otras palabras, como es un verdadero encuentro con Dios, con la propia realidad, era ya, automáticamente, un encuentro consigo mismo.
            De tal encuentro descubría lo gran poca cosa que era, lo farsante que había sido y lo equivocado que estaba. Descubrimiento que no había sido, ni era, mucho menos, fácil ya que suponía el desgarramiento interior de su orgullo y de su soberbia humana. Era el llegar a comprender, a costa de vivirlo en carne propia, que estaba haciendo su propio camino con la apariencia del camino justo y recto. Era llegar a desenmascararse a sí mismo, primero, porque ni siquiera se había percatado de que era falso, ni se le había ocurrido el llegar a pensarlo, ni por equivoca­ción.
            No había duda, de que el primer paso, el del desenmascara­miento, y el de la crisis, que este hecho generaba, era una etapa muy difícil. Era una etapa en la que se pierden las ganas de vivir. Se deseaba desaparecer de la historia. Era un proceso de anonadamiento, de aniquilación, propiamente. Era el paso del «pretender ser» al «no querer existir», como si se tratase de dos polos opuestos. Y mientras se llegaba al paso intermedio, había que sufrir terriblemente. El paso intermedio, era el fruto de la lucha de la apariencia y de la realidad de su existencia. Era la lucha de su orgullo y soberbia que quieren mantener­se bien parados y que ven que las bases se están desmoronando. Era la aparente seguridad que descubría que sus bases se afianzaban en el viento y tenía que desesperarse porque comprendía su nefasta ruina.
            Pero, no todo había sido fácil. Mas, era un trago amargo que no quería tomar, y mientras lo tomaba, por fuerza dialéctica del crecimiento interior y espiritual, para no caer en la desesperación, maldecía hasta el hecho mismo de su existencia. Estaba plenamente convencido que no había camino de escape sino el escape mismo de su camino. Es decir, que la salida a su situación, era abandonarlo todo, aún drásticamente. Porque hasta en ese paso había, de hecho, una búsqueda de solución.
            Le invadía un pesimismo terrible. Todo era negro a su alrededor y nada valía la pena.
            Pero, no olvidemos que el Rey David, seguía su proceso humano. Y, así, una mañana, como en un golpe de sorpresa, le había llegado como una ráfaga de optimismo y de ganas de seguir luchando. Y frente a sí mismo y consigo mismo, sin duda, gracia de Dios, retó a Dios. Le dijo: «Bueno, Señor, de aquí en adelante quedamos sólo Tu y yo... o mejor dicho «yo y yo» ya que «Tu» eres lo más profundo de mi mismo yo, es decir, yo mismo»... Lo dijo así, como con una fuerza nueva y con un sentido hasta ahora no experimentado...
            Esta última manera de pensar le daba al Rey David un especial optimismo por la vida. Se decía a sí mismo que era importante vivir de realidades y no de fantasías. Consideraba igualmente que el vivir del recuerdo de los errores cometidos, sobre todo, recargándose de sentimiento de culpa, era, en cierta manera, vivir del pasado y de fantasías. El pasado es, y fue, y ya no se puede hacer nada porque sea diferente. El recordar y pensar que pudo haber sido diferente era una manera absurda de enfrentar la vida. «Lo que fue, fue... »

            Vivir pensando lo que pudo ser y no fue, era vivir desplazado del presente. Era una manera de escapar de la realidad de la vida. Era un enajenarse del compromiso mismo de vivir y de luchar por la realización personal. Era negarse a existir... Y esa larga y difícil crisis había sido todo eso. Pero ahora quería y sentía ganas de vivir, de luchar, de retar, sobre todo a sí mismo. De gritarle a quien se tropezara con malas intenciones de hacerle daño «váyase al de donde vino». Porque lo más importante era él mismo y su integridad mental y no lo que los demás pensaran u opinaran. Pues de hecho, la crisis la había producido el escuchar siempre a los demás... Aunque había sido, realmente, su propio proceso humano de crecimiento personal.

            Y nuestro Rey volvía a comenzar a sonreír...

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La Crisis del Rey David Espiritualidad en una “ experiencia límite” de la vida P. Daniel Albarrán   Título Origi...