CUARTA Y ÚLTIMA
REFLEXIÓN:
Yo y yo: mis circunstancias
Dios y yo, y nadie más: valor de la persona
humana
De todo lo anterior, el Rey David había llegado al encuentro consigo mismo. O en otras palabras, como es un verdadero encuentro con Dios, con la propia realidad, era ya, automáticamente, un encuentro consigo mismo.
De tal encuentro
descubría lo gran poca cosa que era, lo farsante que había sido y lo equivocado
que estaba. Descubrimiento que no había sido, ni era, mucho menos, fácil ya que
suponía el desgarramiento interior de su orgullo y de su soberbia humana. Era
el llegar a comprender, a costa de vivirlo en carne propia, que estaba haciendo
su propio camino con la apariencia del camino justo y recto. Era llegar a
desenmascararse a sí mismo, primero, porque ni siquiera se había percatado de
que era falso, ni se le había ocurrido el llegar a pensarlo, ni por equivocación.
No había duda, de que
el primer paso, el del desenmascaramiento, y el de la crisis, que este hecho
generaba, era una etapa muy difícil. Era una etapa en la que se pierden las
ganas de vivir. Se deseaba desaparecer de la historia. Era un proceso de
anonadamiento, de aniquilación, propiamente. Era el paso del «pretender ser» al
«no querer existir», como si se tratase de dos polos opuestos. Y mientras se
llegaba al paso intermedio, había que sufrir terriblemente. El paso intermedio,
era el fruto de la lucha de la apariencia y de la realidad de su existencia.
Era la lucha de su orgullo y soberbia que quieren mantenerse bien parados y
que ven que las bases se están desmoronando. Era la aparente seguridad que
descubría que sus bases se afianzaban en el viento y tenía que desesperarse
porque comprendía su nefasta ruina.
Pero, no todo había
sido fácil. Mas, era un trago amargo que no quería tomar, y mientras lo tomaba,
por fuerza dialéctica del crecimiento interior y espiritual, para no caer en la
desesperación, maldecía hasta el hecho mismo de su existencia. Estaba plenamente
convencido que no había camino de escape sino el escape mismo de su camino. Es
decir, que la salida a su situación, era abandonarlo todo, aún drásticamente.
Porque hasta en ese paso había, de hecho, una búsqueda de solución.
Le invadía un
pesimismo terrible. Todo era negro a su alrededor y nada valía la pena.
Pero, no olvidemos
que el Rey David, seguía su proceso humano. Y, así, una mañana, como en un
golpe de sorpresa, le había llegado como una ráfaga de optimismo y de ganas de
seguir luchando. Y frente a sí mismo y consigo mismo, sin duda, gracia de Dios,
retó a Dios. Le dijo: «Bueno, Señor, de
aquí en adelante quedamos sólo Tu y yo... o mejor dicho «yo y yo» ya que «Tu»
eres lo más profundo de mi mismo yo, es decir, yo mismo»... Lo dijo así,
como con una fuerza nueva y con un sentido hasta ahora no experimentado...
Esta última manera de
pensar le daba al Rey David un especial optimismo por la vida. Se decía a sí
mismo que era importante vivir de realidades y no de fantasías. Consideraba
igualmente que el vivir del recuerdo de los errores cometidos, sobre todo,
recargándose de sentimiento de culpa, era, en cierta manera, vivir del pasado y
de fantasías. El pasado es, y fue, y ya
no se puede hacer nada porque sea diferente. El recordar y pensar que pudo
haber sido diferente era una manera absurda de enfrentar la vida. «Lo que fue,
fue... »
Vivir pensando lo que
pudo ser y no fue, era vivir desplazado del presente. Era una manera de escapar
de la realidad de la vida. Era un enajenarse del compromiso mismo de vivir y de
luchar por la realización personal. Era negarse a existir... Y esa larga y
difícil crisis había sido todo eso. Pero ahora quería y sentía ganas de vivir,
de luchar, de retar, sobre todo a sí mismo. De gritarle a quien se tropezara con
malas intenciones de hacerle daño «váyase al de donde vino». Porque lo más
importante era él mismo y su integridad mental y no lo que los demás pensaran u
opinaran. Pues de hecho, la crisis la había producido el escuchar siempre a los
demás... Aunque había sido, realmente, su propio proceso humano de crecimiento
personal.
Y nuestro Rey volvía a comenzar a
sonreír...
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