SEGUNDA REFLEXIÓN:
Enfrentarse: Asumir la culpa
Una vez comenzada su conversación personal, consigo
mismo y su soledad, nuestro Rey David dio riendas sueltas al análisis de su
propia situación.
No había sido fácil,
sin embargo, asimilar la fase anterior. Más aún creía que ni siquiera la había
asimilado, ni mucho menos asumido. Pero, por ahora, reconocía que había hecho,
por lo menos, un adelanto al tratar de hacerle frente a su situación. Y, sobre
todo de reconocer que estaba equivocado en su actuar y en su estilo de vida.
Reconocer que estaba viviendo con dos caras, ya era un adelanto y un paso muy
grande. Reconocer que no había querido percatarse que su vida se hallaba
dividida entre el ejercer unas funciones en la sociedad y el aparentar
honestidad cuando no tenía ni la más mínima idea de lo que ésta significaba. Ya
se había acostumbrado a vivir así, que no hacía ningún tipo de problema. Había
sido necesario el desenmascaramiento, por cierto, que no había sido, en lo
absoluto, nada agradable.
Ahora le correspondía
enfrentar la vida, su propia realidad, su propia situación. Sabía que desde el
lado que se situara no iba a encontrar, ni paz, ni tranquilidad de conciencia,
porque era un continuo reclamo interior. Sabía que había sido falso, y que no
debía continuar en el camino que había elegido y para el que había sido
elegido: ser Rey. Pero, por otra
parte, no se sentía con las fuerzas necesarias de comenzar otro estilo de vida.
Sobre todo le daba miedo, le daba vergüenza, le preocupaba el sentirse señalado
por los demás y el de sentirse recriminado. Se preguntaba, ¿a dónde fue a
terminar tanta fatiga? Era duro saber que había fracasado y que había vivido en
un estilo de vida equivocado. Era más duro aún saber que había hecho mucho daño
a personas que había y que le habían querido bien.
No era fácil, sobre
todo, porque se encontraba dividido y destruido internamente. No sabía en qué
refugiarse. Por más que trataba de buscar consuelo en la oración no la
encontraba. Había acudido con mayor frecuencia al sacramento de la confesión
para purificar su conciencia y para generar efectivamente su expiación, pero,
se sentía desfallecer. Había tratado de conversar con algunos amigos sobre su
situación, pero sólo, había hecho el intento. No quería ser objeto de lástima
para ninguno. Ya con que él mismo se sintiera lástima era suficiente.
Sabía que tenía que
hacer algo para remediar su situación. Se había sentido fuertemente atraído por
la solución de cambiar su vida, rotundamente. Sabía, sin embargo, que era
apresurado decidir y que en tiempos de crisis no se debe tomar ninguna
decisión, pero con todo y eso, no veía luz en su sendero; no veía perspectiva
de futuro alentador, sino todo lo contrario. Todo parecía ir en su contra. Era
como un túnel sin salida: oscuridad a la izquierda, a la derecha, de frente y
detrás. Y sentía hasta como si le faltara el aire, el aliento para respirar en
medio de tanta oscuridad junta y puesta allí, como para tragárselo lentamente,
sin decidirse a hacerlo de una vez y apresurar así su final y su angustia.
Humanamente no había más solución
que la de desistir y comenzar de nuevo.
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